Por EFE.-
Río de Janeiro, Brasil
(01 Sept. 2016).- "Siento el gusto amargo de la injusticia". Esta frase
pronunciada por Dilma Rousseff en su última comparecencia ante el Senado resume
su sentimiento de impotencia ante el proceso que acaba de terminar con la
destitución de la primera mujer que llegó al poder en la historia de Brasil.
La de Rousseff ha sido la larga crónica de una caída
anunciada desde primeros de año, cuando los aliados del Partido de los
Trabajadores (PT), encabezados por el entonces vicepresidente, Michel Temer, y
el titular de la Cámara baja, Eduardo Cunha, decidieron dar un golpe de timón y
hacerse con la Presidencia.
Cuando Rousseff quiso reaccionar y tejer nuevas
alianzas ya era tarde. Había dilapidado el caudal político que logró en las
elecciones de 2010 y renovó en 2014 con un aval de 54 millones de votos.
Su perfil, más técnico que político, su falta de
liderazgo y un estilo de ejercer el Gobierno que hizo que sus socios se
sintieran despreciados se transformaron en obstáculos insalvables en un
contexto de crisis económica y descontento popular.
En contraste con su "padrino" y mentor, el
carismático Luiz Inácio Lula da Silva, Rousseff carece de cintura política y se
condujo en el poder como una ejecutiva de empresa más que como una dirigente
forzada a pactar para conservar el poder.
Conocida como la "dama de hierro brasileña",
su carácter fuerte, que para algunos roza la soberbia, se forjó en la década de
los 70, tras su experiencia en grupos guerrilleros que combatieron contra la
dictadura militar, cuando fue torturada y encarcelada durante tres años.
Después, Dilma Vana Rousseff Linhares, hija de un
comunista búlgaro, se apartó de la política hasta los años 90 y se afilió al
Partido de los Trabajadores en 2001, invitada por Lula.
Fue ministra de Energía y de Presidencia y el expresidente
la impuso como candidata, condujo su campaña y logró convertirla en la primera
presidenta de la historia de Brasil, el 1 de enero de 2011.
Mimada inicialmente por los mercados, su falta de
carisma y la crisis que empezó a golpear al país fueron minando sus apoyos.
Durante su primer mandato, la economía brasileña
inició una línea de caída que se acentuó en los dos últimos años hasta llevar a
Brasil a la recesión más grave de las últimas tres décadas.
Su compromiso con el combate a la corrupción, que demostró
con la destitución de hasta siete ministros tras estrenarse en el poder, se fue
diluyendo y perdió credibilidad cuando se destapó la trama de Petrobras.
Las multitudinarias protestas de junio de 2013
calentaron el clima político y la desgastaron, aunque en 2014 consiguió la
reelección.
El sabor dulce de la victoria le duró poco y Rousseff
cayó en las trampas del laberinto político brasileño. Su propio vicepresidente
se movió entre bastidores para desbancarla aprovechando unas maniobras fiscales
habituales en los sucesivos gobiernos del país.
Un Congreso conservador y salpicado por la corrupción
terminó de cercarla mientras Rousseff se quedaba cada vez más aislada y el PT
perdía los apoyos que le habrían permitido revertir el proceso, especialmente
el respaldo popular en las calles.
La presidenta desoyó a quienes le recomendaron
impulsar una reforma constitucional para convocar elecciones anticipadas cuando
se avecinaba la tormenta y aunque intentó hacerlo en el último momento ya era
tarde.
Rousseff se siente víctima de un "golpe" en
toda regla y no está dispuesta a bajar la cabeza ante sus "verdugos",
aunque ya no tiene futuro político.
Al borde del final del proceso, llegó a reconocer que
el desgaste fue mayor que el sufrido durante sus años de cárcel en la dictadura
e incluso que el que enfrentó para recuperarse de un cáncer en 2009.
"En ninguna de esas veces sentí tanta dificultad
como ahora", dijo.
En las últimas semanas, ha aguantado la presión y el
aislamiento con una rígida disciplina. Ha seguido paseando en bicicleta en los
alrededores del Palacio de la Alvorada, ha controlado su alimentación -tras una
dieta que le permitió bajar más de 15 kilos- y ha evitado los somníferos y los
fármacos contra la ansiedad.
Alguno de sus colaboradores reconoce que no era un
secreto que Rousseff consideraba el poder como una carga más que como un
placer.
Ahora, a los 69 años, podrá, por fin, ocuparse de sus
dos nietos -una de sus pasiones- y recuperar su vida en Porto Alegre, donde
fijará su residencia.
0 comentarios:
Publicar un comentario